viernes , 19 abril 2024
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Juan Martín Del Potro cayó ante Rafael Nadal y se despidió de Roland Garros.

Es un martirio. Como estar en el fondo del océano, a pura brazada, con la respiración entrecortada, sabiendo exactamente cómo va a ser el final.

La esperanza no es lo último que se pierde: contra Rafael Nadal, el rey de la tierra y uno de los mejores de la historia, no hay espacio para la ilusión. Juan Martín del Potro se parece a un tenista aficionado, de esos que andan dando vueltas por las canchas subterráneas, lejos de las luces.

Su aventura en Roland Garros se acaba de un plumazo en las semifinales, con la derrota contra el español, el número 1, por 6-4, 6-1 y 6-2, en 2h14m. Del Potro juega al tenis y Nadal vuela en el espacio: devuelve todo, tiene una voracidad propia de una leyenda.

Hay que mirar qué hay detrás del bosque, más allá de que ahora, el árbol, se parezca a un puñal lacerante. Y allí, detrás de la exhibición del mallorquín -una clase a cielo abierto-, hay motivos de orgullo. Son varios los escalones que el argentino fue subiendo en el torneo. Sobran los síntomas alentadores.

Se recuperó de un desgarro de grado 1 apenas días atrás. No sabía si se iba a presentar hasta un puñado de minutos antes. Nicolás Mahut fue la primera víctima, Marin Cilic, la última: la travesía sobre el polvo de ladrillo le demostró, por si todavía dudaba, que tiene clase y físico para mantenerse en la elite. Volvió a casillero número 4, su mejor registro. Y en esta semifinal alcanzó su mejor escalón en París, como en 2009, en una inolvidable batalla con Roger Federer. El español, el ganador de 10 Roland Garros, se cita el domingo -si el clima lo permite-, contra Dominic Thiem, el austríaco que acabó con la fantasía convertida en realidad del italilano Marco Cecchinato en tres sets.

Del Potro lo advierte apenas un puñado de horas antes: “Es casi imposible ganarle a Nadal. Lo sigo pensando hoy y, seguramente, de acá a dos años. Rafa perdió dos partidos acá nada más, por el juego, por el nivel físico, porque es el número 1, porque es imbatible en este torneo. Pero siempre es un placer jugar contra él”. No lo parece, sinceramente: corre, se entrega, arroja bolas al cielo. No parece ser un placer lo que supone ser una cita con una leyenda, que hasta lo sorprende con algunos drops, al estilo Guillermo Coria. Hace todo, lo hace todo bien. Delpo dura un suspiro: hasta el 4-4 y 15-40 del primer parcial, allí cuando desperdicia otras dos bolas de quiebre, de las seis que no aprovecha. Pasa de las bolas de fuego desde el fondo de la pista, a una actitud abrumada, vacía.

Se toca la cadera izquierda durante los primeros minutos, allí cuando tampoco aprovecha un apetecible 0-40. A Nadal no hay que perdonarlo. Nunca está vencido, ni cuando parece acabado. Se toma Delpo un antiinflamatorio, aunque en realidad lo que precisa son vitaminas para transformarse en un superatleta. Corre mucho más de lo que juega. Rafa aprovecha apenas el segundo que tiene y define el 6-4. Lo que sigue es un monólogo, que se resuelve con el espectáculo de quiebres unipersonales del europeo, que tiene un apetito por la gloria propia de un sudamericano. Pasional, da la vida por el triunfo.

Y cuando Delpo lo aprieta un poco, reflexiona, limpia la línea de fondo con el pie izquierdo, pide la toalla, se acomoda la parte de atrás del pantalón y vuelve, como si nada, al galope. Cuando, de pronto, el tandilense logra un punto (el del 5-1 del segundo parcial), levanta los brazos y recibe, cómplice, una ovación de un estadio casi todo el tiempo en silencio. “Delpo, Delpo“, animan las gradas. No hay caso. Se cambia la remera para el tercer set: la otra está empapada, literalmente. Falta un rato, nomás. Pierde definitivamente la fe, si es que en algún momento la tenía.

Diego Schwartzman, en algún momento, lo tuvo contra las cuerdas. En el vestuario, antes de volar a Barcelona, le da un par de conceptos a Juan Martín. Le dice: “Hay que jugarle a la línea fuerte. y que no vuelva. Hay que mantener una intensidad de más de tres horas de partido. Hay que entrar en la cancha pensando que uno no se puede relajar ni un minuto. Él lo ve, lo nota. Tiene una confianza que no tiene nadie”, le cuenta. “Nadal tiene un montón de armas, pero sobre todo, la cabeza: es la mejor de la historia, claramente. No sabe lo que es la frustración”, insiste. Del Potro sabe de qué se trata la frustración: lo que acaba de ocurrir es un suplicio. El final de una aventura con varios motivos para la esperanza. Convencido, ahora mismo, de que en la gira sobre el césped tiene más recursos, más clase, más futuro.

En París escribió uno de los mejores capítulos de su carrera en uno de los grandes y se inclinó ante el mejor de la historia. Ni más, ni menos.

Fuente: Cancha Llena

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